domingo, 24 de junio de 2007

Love Street 2





El crupier pidió que los jugadores depositaran sus apuestas. Arturo y Don Flaco echaron sobre la mesa 100 y 200 euros respectivamente. Flaco lo hizo con una cara que cantaba que su all–inn no tardaría en hacer acto de presencia. El señor Q levantó sus cartas sin una mueca, e igualó la apuesta. Arturo suspiró y levantó las esquinas de sus dos cartas. Un as y una reina de corazones. (Hazlo, hazlo ahora, olvida el puto póquer. Levántate, saca la pistola y vuélale la tapa de los sesos a ese cabrón). Apretó los dientes y cogió un montón de billetes.
-Veo esos cien y subo mil mas.
El flacucho le dirigió una mirada vacía, y echó el resto de su montón a la mesa.
-Apuesto el resto. Son... –empezó a contar los billetes que acababa de dejar- tu apuesta y trescientos mas.

Se reclinó resoplando en la mesa. Arturo supuso que era de la clase de jugadores a los que les importa muy poco el juego de los demás, de esos que no ven más allá de sus cartas y que siempre confían en que una jugada milagrosa les salve el trasero.

Se había encontrado con varios de esos jugadores a lo largo de su vida. Tipos a los que un par de manos afortunadas les llevaban en volandas durante toda la noche, hasta que caían estrepitosamente al suelo desde su atalaya de tríos o escaleras. La suerte era su religión. Lo que no sabían era que la suerte tendía a masticar a sus feligreses para después escupirlos.

Quintana paseó su mirada entre sus dos contrincantes, mientras se rascaba la incipiente barba de su rostro. Recogió la cantidad requerida de su cada vez mayor montón de euros y los volcó sobre el tapete sin decir palabra alguna. Arturo notaba el frío de la pistola en la espalda y a duras penas controlaba el temblor de sus manos, más de rabia que de miedo.

Las cartas se repartieron. Diez y jota de corazones, y un as de picas. Como siempre que tenia un color en ciernes, Arturo volvió a sentirse invadido por esa extraña sensación de vértigo que disparaba adrenalina por todo su organismo. Sintió una punzada de culpabilidad al recordar porqué estaba allí, pero apostó otros mil euros, a lo que el señor Q resubió doblando. Don Flaco se hundía cada vez más en su asiento, y su pálido rostro demostraba que empezaba a dar por perdido el bote. Arturo igualó la apuesta.

La cuarta carta era una reina de picas (vamos, a q estas esperando, hazlo ahora, jodido marica) Miró de reojo al hombre del señor Q, que en esos momentos comprobaba el estado de sus uñas con la mirada vacía. (she haaas a house and garden, I would like to see what happens...) Arturo comenzó a sudar, el ambiente le resultaba opresivo, y la visión del cuerpo de María le asaltaba sin descanso... (a la mierda con todo, vamos a hacerlo). Cuando el crupier alzó la mano para depositar la última carta sobre la mesa, Arturo se levantó como un resorte, sacó la pistola, y descerrajó un tiro en el pecho al hombre de Quintana, que cayó echo un ovillo en el suelo. Sin tiempo a darse cuenta de lo que pasaba, el señor Q se encontró con un brazo rodeándole el cuerpo mientras el cañón de la pistola apuntaba a su cabeza. EL croupier dejó caer la carta de su mano en alto, y se quedó así, como una estatua hortera de un casino de Las Vegas. Los tres jugadores restantes se levantaron lentamente, seguros de que la cosa no iba con ellos y se retiraron al fondo de la habitación, la vista fija en Arturo.

Más tarde, en su casa, mientras intentaba controlar el temblor de sus manos, Flaco le comentó a su esposa que Arturo le había parecido uno de aquellos pistoleros de las películas del oeste, juraba que su mano había sido un borrón desde la cintura, que no era posible que alguien se moviera tan rápido.
-Gracias a dios no me hirió ninguno de los disparos, pero me jode, porque, nena, estaba ganando dinero a espuertas. Te aseguro que todo iba de miedo hasta que apareció ese Clint Eastwood de pacotilla...

A los dos segundos de que el disparo retumbara en el local, la puerta se abrió violentamente, y entraron los tres hombres de Quintana.
-¿Qué crees que estás haciendo, hijo? –La voz del prestamista sonaba tranquila, como si la cosa no fuera con él.
-Así, a grandes rasgos, creo que voy a matarte, hijo de puta –tiró del percutor, mientras los hombres de Q se acercaban lentamente.
-Sabes que no saldrás vivo de aquí, ¿verdad? –Quintana no movía un músculo, pero Arturo lo notaba en tensión bajo su abrazo.
-Sí, lo sé.
-¿Porqué lo haces, hijo? –La voz de Quintana no sonó tan segura como antes.
-No soy su hijo, cabrón de mierda. Digamos que hoy a muerto alguien que no debería haber muerto.
(she haaas robes and she has monkeyyys, lazy diaaamonds studded flunkies... ¡vamos, ahora! ¡dispara ya!)
-¿Podemos arreglarlo de algún modo, hij... chaval? –el prestamista miraba anhelante a sus hombres, que cada vez estaban más cerca.

Arturo desvió la mirada a la mesa. La carta que el croupier había dejado caer era el rey de corazones. Sonrió, cerró los ojos, respiró hondo, y apostó el resto.

Carlos miraba el techo de la ambulancia distraído. Pensaba que, al fin y al cabo, ese trabajo no le gustaba tanto como pensaba. No era agradable viajar al lado de un cadáver con un disparo en la cabeza. Además, era una pena que una chica tan guapa acabara con ese aspecto. Levantó la sábana que cubría el cuerpo, y, en ese momento, María abrió los ojos. Comenzó a moverlos vertiginosamente a un lado y a otro dentro de las cuencas. Después se fijaron en el enfermero.
-¡Me cago en la puta¡ -Carlos saltó de su silla, apenas le faltaron dos centímetros para golpearse la cabeza con el techo de la ambulancia.-¡Pedrito, acelera que el fiambre está vivo¡
-¿Pero qué coño estás diciendo, capullo? Tiene un disparo en la cabeza ¿Estas seguro?
La cara de su compañero apareció a su lado. Tenía los ojos como platos, y Pedro hubiera jurado por sus hijas que tenía los pelos de punta.
-¡Acaba de abrir los ojos, tío, te digo que está viva¡

1 comentario:

Ciudadano N dijo...

Gracias Serbont31!

Que con el primer relato ni te presenté, así que esta vez quería ser el primero en agradecertelo. ;)