domingo, 3 de junio de 2007

Love street




Arturo se secó el sudor de la frente con un pañuelo verde oliva que había conocido mejores tiempos. Le supuso un esfuerzo titánico el controlar el temblor de sus manos, y su mirada se desviaba sin cesar hacia el bote acumulado en la mesa, mientras la pistola que escondía en la parte trasera de su pantalón le oprimía la parte baja de la espalda.

La sucesión de coincidencias que le habían conducido a esa partida se le antojaba ahora muy lejana, y no hacía mas que repetirse que tendría que recoger sus escasas ganancias y retirarse sin armar mucho ruido, tragarse su rabia y darle cancha a su instinto de conservación. Es lo que le hubiese dicho María de estar ahora a su lado, le encantaba ese refrán de "Más vale pájaro en mano...". Pero María no estaba a su lado. En esos momentos yacía muerta sobre la alfombra del recibidor de la casa que, no hacía mucho, habían comprado entre los dos. Se la había encontrado así, tirada en el suelo, con un disparo en la frente, mientras en el equipo de música sonaba una canción de The Doors, "Love Street". La melodía no había abandonado su cabeza en toda la noche.

Observó a sus contrincantes, mientras intentaba respirar hondo, tratando que el resto de los jugadores no se dieran cuenta de su alterado estado de animo. Los dos tipos que había a su izquierda apenas habían abierto la boca durante la noche, y Arturo supuso que eran conocidos del señor Quintana (o, como él prefería, señor Q), del tipo de conocidos a los que limpiaba una vez al mes, seguramente manteniendo sus deudas año tras año, hasta que los secaba del todo, reduciéndolos a sombras que apenas recordaban lo que habían sido. Las últimas fichas de ambos se habían perdido en la mano anterior, cuando el señor Q tiró sobre la mesa un as y un diez de tréboles, con lo que completaba un color, que le provocó un bufido condescendiente mientras recogía los billetes. Arturo creía que seguían allí tan solo por no ofender a Quintana levantándose de la mesa antes de que acabase la partida. El prestamista no toleraba muy bien ese tipo de gestos.

-Subo 300 más- tronó la potente voz del señor Q. El escuálido personaje que se encontraba frente Arturo no fue capaz de disimular su abatimiento ante el destape de su farol, y con un gemido tiró sus cartas al tapete, tras echar una mirada triste a su casi inexistente montón de euros.
-Veo- escupió la mujer rubia que hablaba a continuación. Llevaba un elegante vestido azul raso, que desentonaba con el sucio garito en el que el anfitrión les había convocado a los cinco. Arturo había logrado colarse en la partida previo pago de un buen puñado de euros a uno de los "empleados" del hombre que había ordenado asesinar a su esposa, y que había reducido su cuenta corriente a lo que tenía en esos momentos sobre el tapete: tres mil cuatrocientos euros. Tras los límites de ese redondo pozo en el que se convierte la mesa para los malos jugadores, no le quedaba nada. Por supuesto, el señor Q no tenía ni idea de que el viudo que acababa de fabricar estuviera sentado a su izquierda en esos momentos.

El crupier, que había sido reclutado como de costumbre por el anfitrión en el casino de la ciudad, repartió la quinta carta. La escalera que se le adivinaba al señor Q se hizo más evidente, pero el gordo prestamista pasó con una mueca de disgusto en el rostro, tras lo que la mujer rubia volvió a escupir, más que pronunciar, su sentencia.
-All-in.

Al momento, una sonrisa de tiburón se dibujó en el rostro del anfitrión, que susurró "veo" en tono gatuno, y al instante, mientras lanzaba el fragmento final de la escalera sobre la mesa. Arturo casi pudo oír el ruido q hicieron esos últimos escalones sobre el tapete, rompiendo las ultimas esperanzas de la rubia., q, sin inmutarse, recogió su elegante chaqueta del respaldo de la silla y salió del local sin decir palabra alguna.

Tan solo quedaban tres jugadores, el flacucho, Quintana y Arturo. Arturo siguió analizando su situación, mientras tarareaba para sus adentros (she liiives on looove street, lingers long on looove street). Tan sólo uno de los secuaces del señor Q estaba en la sala con ellos, y no creía q el resto de jugadores supusiese un problema si pretendía disparar sobre ese asqueroso gordo, nadie en su sano juicio arriesgaría el culo para defender a tan infecto personaje. El problema era que, al menos, otros tres hombres esperaban fuera, eso sin contar con el chofer de la lujosa limusina en la que habían llegado. Sabía que era bastante probable, si llevaba a cabo su venganza, salir de allí con los pies por delante. (Y qué?) le susurró una vocecilla. También podía seguir la partida, intentar ganar toda la pasta que pudiera, y después salir de allí con la cabeza agachada, volver a su piso y llamar a la policía, de la cual no esperaba mucha ayuda, porque no se llega donde ha llegado el señor Quintana sin saber mover algunos hilos, y eso incluía el no dejarse pringar por un fiambre anónimo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Termina así?

Ciudadano N dijo...

Creo que esto te lo debería contestar el autor, pero creo que seguiran las andanzas de estos personajes.

Anónimo dijo...

Autor... Qué rimbombante suena eso. Bueno, el relato no acaba así, amiguetes. Y no sé si sólo tendrá una parte más o haré que Arturo nos acompañe mas semanas. A la gente que lo haya leído (joder, sí que tenéis tiempo libre), decirles que creo que sé como acabar, al menos este pequeño capítulo, pero que no sé que será de nuestro simpático y vengativo jugador de póquer en el futuro (si es que tiene futuro). Gracias por el ratejo que habéis dedicado a leerlo, y que podíais haber dedicado a ganar pasta en las mesas, sustituir a la novia por la siempre eficiente mano derecha o dedicaros a quemar parquímetros con una ancha sonrisa en el rostro...

Anónimo dijo...

No, si yo lo leí porque estaba perdiendo pasta en las mesas :-D

No, en serio, está muy bien y espero el final de la historia. Y si admites sugerencias para la próxima estaría muy bien una sobre póquer online a lo William Gibson, en plan cyberpunk-neuromante. Hay mucho friki por aquí :-)